16 mayo 2015

El advenimiento del homo videns y su peligro para la democracia

Este post lo escribí hace ya casi diez años para aquel otro blog, Cajatonta, en el que participé durante un tiempo. Pensaba que con los años su vigencia sería menor pero lo cierto es que, a pesar de la explosión de las redes sociales, el día a día nos demuestra la tremenda influencia que la televisión sigue ejerciendo a la hora de configurar el imaginario colectivo de la sociedad a través de la difusión de ideas primarias con alto contenido emocional. Me parece interesante recuperarlo (con leves modificaciones para conseguir una mejor comprensión general).

Es una advertencia. Una reflexión preocupada y combativa. Un planteamiento provocador que se asume como tal. Un grito razonado que intenta despertar las conciencias adormecidas y provocar debate. Escrito a finales de los 90, Homo Videns, la sociedad teledirigida, es un ensayo del afamado politólogo italiano Giovanni Sartori, Premio Príncipe de Asturias de las Ciencias Sociales en el año 2005, en el que el autor defiende la tesis de que la primacía de la imagen (representada por la omnipresente televisión) en la sociedad actual, significa un empobrecimiento letal de la capacidad del ser humano para conocer y entender, puesto que supone la atrofia de su capacidad de abstracción y del pensamiento simbólico.

El papel de la televisión como fuente de entretenimiento y diversión no es puesto en duda, ni criticado. Pero siendo esto necesario y vital para el ser humano no puede convertirse en el centro de su actividad, y actualmente esa es la principal función de la televisión, así como la de sus filiales visuales, los videojuegos y el propio Internet (con vida e intenciones propias pero con contradicciones evidentes, como su hipertexto, pretenciosa lectura no secuencial). De lo que duda Sartori (y con razón) es de su función formadora e informativa. Lo visual, que debiera ser un complemento y aliado útil de la palabra escrita y hablada, se ha convertido en el todo, en el ser. Lo que es, es lo que existe en la televisión. Sólo tiene sentido como ella lo muestra. Y en ella, la palabra ha quedado completamente supeditada a la imagen. El espectador pues, queda a merced de estímulos sensitivos, va desertando de sus capacidades cognitivas, y en ese tránsito se produce la sustitución del homo sapiens por el homo videns.

Es necesario entender que este planteamiento es una visión extremista de la realidad con el que se busca alertar de un problema, pero que las premisas de las que parte son ciertas y contrastables. La experiencia demuestra que los niños de hoy ven cientos de horas de televisión antes de aprender a leer y a escribir. Es decir, su impronta educacional es plenamente audiovisual, pasiva, destructiva respecto a la imaginación o la creación. Ello conlleva una regresión evidente a la hora de su expresión escrita y oral. En muchas ocasiones no hay manera de que los escolares se expresen con un mínimo de decoro a la hora de redactar o exponer cualquier idea. La palabra escrita se abandona, se la considera elitista frente a las nuevas formas (divertidas, entretenidas e interactivas) de difusión del conocimiento. A través de la imagen, por supuesto. Pero el ser humano es antes todo un ser simbólico y se mueve siempre en el campo de las abstracciones, aunque no quiera o no esté educado para ello. De ahí el empobrecimiento con el que especula Sartori respecto a la utilización y el entendimiento de concepciones mentales. Una mesa es fácilmente representable visualmente, pero, ¿cómo representar conceptos como libertad, felicidad o justicia? Sólo de una manera pobre, parcial y distorsionada.

Tal vez el siguiente sea el aspecto más polémico del ensayo de Sartori  En su obra, como ya hemos visto, advierte sobre el empobrecimiento del entendimiento y la pérdida de la capacidad de abstracción. Para el autor ambos hechos estarían provocados por la primacía de la imagen (la televisión) sobre la palabra escrita. Y, según él, esta situación significaría un grave peligro para la democracia.

Para entender su planteamiento es necesario conocer lo que él considera que sucede con la información que emiten los medios, tanto audiovisuales como escritos. La televisión se ha impuesto a los medios tradicionales. No tiene competencia. Consigue algo que nunca o casi nunca consiguió la prensa escrita: los intermediarios no son relevantes, sólo el medio en sí. Algo es, o no es, tan sólo porque lo ha mostrado la televisión.

Esta circunstancia es crucial y nos lleva a analizar cuál es la información que se está ofreciendo por la televisión. Sartori la divide en dos tipos fundamentales: la subinformación, es decir, una información insuficiente, que provoca reduccionismos muy peligrosos y no sirve para conformar una opinión de peso; y la desinformación, una distorsión y manipulación de la información ni siquiera necesariamente consciente, fruto de las imposiciones del propio medio y de su afán por buscar siempre lo novedoso y lo excitante. El resultado es una aldeanización de la televisión. Es decir, una vez que se ha impuesto en el espectador medio que lo que no sale por la televisión no existe y que lo que no se ve no es relevante, la necesaria reducción de los costes de producción (mandar cámaras lejos es mucho más costoso) unida a la sentimentalización de las noticias, acarrea un regreso informativo a lo local, al suceso, a la mirada corta y localista, centrada tan sólo en lo que sucede en el propio entorno. Se obvian con ello las noticias de política internacional, o incluso nacional, alejadas en principio (falsamente) de los intereses y problemas de cada uno. Sólo se muestra aquello que es mediático y por tanto, susceptible de ser transformado en espectáculo. Las noticias deben ser excitantes y emotivas para mantener al público atado al sofá. De ese modo se potencia la aparición y difusión de posiciones extremas y personajes radicales.

El tipo de información que prolifera en la televisión afecta a la política y a los políticos, porque éstos son conscientes de que cada vez es más importante el cuidado de su imagen y lanzar soflamas mediáticas, y menos relevante el actuar de manera responsable en el ejercicio de sus funciones gobernantes. Políticos como aquel Julio Anguita de programa, programa, programa, desaparecen, dando paso a la nueva videopolítica (como la define Sartori). Ésta se va haciendo más y más dependiente de los sondeos y de la opinión pública y por tanto, menos independiente para tomar decisiones, siempre temerosa de perder apoyo popular. Los partidos políticos pierden entonces su poder como reserva ideológica, y el líder carismático y mediático vuelve al primer plano de esta sondeocracia.

Este el punto más controvertido de las tesis de Sartori. El autor parece dejarse llevar por la ensoñación de que en una época anterior la base intelectual de la sociedad estaba más preparada e informada, disponía de una prensa escrita plural, de calidad y era un referente cultural para el resto de la población (una opinión pública culta, no mayoritaria pero influyente). El pueblo votaba a sus representantes pero éstos, ante la incapacidad técnica de conocer las opiniones de sus electores, no tenían más remedio que tomar sus propias decisiones, apoyándose en sus partidos, en su ideología y en esa opinión pública no mayoritaria pero teóricamente preparada, hasta que se produjeran las próximas elecciones. Éste es un planteamiento claramente elitista. Además, Sartori parece confundirse (y no parece casual).

Por un lado reclama una televisión mejor y que sea desbancada de su papel preeminente informativo en beneficio de la palabra escrita. Indica, con razón, que el gran fracaso de las democracias de los Estados del Bienestar ha sido pensar que con la educación universal y obligatoria se crearían ciudadanos preocupados por la cosa pública. Y no ha sido así. La preparación con la que se responde a encuestas o sondeos por parte de la población es muy pobre, no se tiene la masa crítica de información necesaria ni las capacidades de juicio independiente desarrolladas, para opinar con criterio. Muchos apenas balbucean (intelectualmente hablando) la opinión inducida desde los medios. Pero ese fracaso no parece ser lo que moleste realmente a Sartori, sino que esa gran masa de personas desinformadas o mal informadas pueda llegar a influir en las decisiones políticas. No parece que el número de personas enteradas de temas políticos sea ahora menor que el de hace cincuenta años (entre otras cosas porque el grado de analfabetismo entonces era muy superior), por lo tanto lo que le perturba no es ese analfabetismo funcional actual del pueblo, sino que ahora lo que opina y se induce a opinar a esa masa es relevante y decisorio.

La posibilidad de la democracia directa o participativa está ahí. La democracia representativa se antoja obsoleta por la cantidad de mecanismos de consulta y participación que las nuevas tecnologías nos descubren todos los días. Asuntos como la participación de España en la invasión de Irak o el intento de implantación de contratos explotadores para los jóvenes en Francia lo demuestran. La preocupación justa que destila el pensamiento de Sartori es que la información que recibe la gente es pobre, insuficiente y manipulada. Bien. Pues entonces tendremos que mejorar la educación y replantearnos cómo se está ejerciendo. Otros autores como Gustavo Bueno, responsabilizan a los propios espectadores de la televisión que tienen. Defienden que ésta es el reflejo del pueblo. Pues vale. Puede ser, en parte. Pero este tipo de planteamientos pretendidamente lúcidos y acusadores no ayudan a buscar ninguna solución. Además, se podría responder, desde las tesis de Sartori, que ese público ya ha recibido, desde niño, una educación principalmente visual y pasiva, y por tanto ya ha visto atrofiada sus capacidades cognitivas.

Volvemos por tanto a la educación. No sirve buscar un control de lo que la televisión emite. Esas ideas de pensar por el pueblo por el bien del pueblo, pero sin él, nos retrotraen a otros momentos históricos. Es inasumible una marcha atrás Basta pues, tanto de elitismos como de conformismos. Hemos de luchar por conseguir una población educada y cultivada que pueda establecer verdaderos juicios críticos y que sean sus decisiones como espectadores, las que produzcan una televisión de calidad y útil. Hoy estamos lejos de esa bonita idea, pero ante regresiones elitistas o conformismos interesados ése debe ser el camino y el fin de lo que se busque.

12 mayo 2015

La hipótesis Matrix: Pablo Iglesias y Albert Rivera, los Neos de una historia sin épica

No sabemos quién es el arquitecto en esta historia, tal vez porque solo en una película como Matrix se puede encarnar el poder del sistema en un señor pedante con barba blanca. Suele ser un lugar común cinéfilo declarar que Matrix (la primera) es la buena y que Matrix Reloaded (la segunda) es aburrida y prescindible. No estoy de acuerdo. No se puede entender la compleja historia de poder que encierra esta saga sin esa segunda película que, aunque pecara de excesivamente discursiva, ponía patas arriba el arquetípico y simplón esquema argumental de la primera, que incluía estúpidas profecías deterministas y gurús fundamentalistas autoritarios. La clave de Matrix, la trilogía, está en aquella brutal aunque abstrusa conversación entre Neo y el viejo arquitecto, donde este le explica de manera condescendiente al confundido héroe que, en el fondo, no es más que un mindundi, una herramienta del poder para estabilizar al sistema, para canalizar el descontento de los sometidos y poder así descomprimir el sistema de las tensiones internas provocadas por las ansias de libertad de los desheredados sociales. Esa es la bomba de relojería política contenida en una historia a la que la pirotecnia audiovisual termina por dañar y nos hace olvidar la interesante crítica social que plantea. 


La irrupción de Podemos y Ciudadanos en la política española se adapta perfectamente al rol que en Matrix venía a desempeñar Neo. Desde el 15M, y con la crisis en su pleno apogeo, el paro y el descontento calaron por fin en una sociedad, la española, hasta ese momento aletargada por el consumismo y la ensoñación capitalista. A medida que el paro crecía, los sueldos bajaban y los derechos sociales se recortaban, se iba destapando la enorme corrupción de los partidos políticos en el poder y éramos testigos del derrumbe del poder financiero. El sistema, por unos breves instantes, se nos mostraba en toda su crudeza, recordándonos que nunca importaría el bienestar social a no ser que estuviesen protegidos los privilegios de los que más tienen. Desde 2011 hasta 2013 la calle empezó a hervir como no lo había hecho en España desde los ya lejanos años de la Transición. Se organizaron las mareas en defensa de la sanidad y la educación, se organizó la defensa contra los desahucios miserables de bancos sin alma, los ciudadanos se volcaban con los mineros, se rodeaba el Parlamento y triunfaban las marchas por la dignidad. Empezaron a detectarse una mayor virulencia en las manifestaciones, una rabia a veces incontenible, conatos de agresiones a políticos, intentos de ocupación de bancos... Todo ello contrarrestado por una cada vez mayor violencia policial. La gente de la calle, por fin, parecía querer mostrar a los de arriba su hartazgo. De repente, en 2014, impulsados por una innegable capacidad para la confrontación dialéctica, un grupo de profesores de la Complutense, encabezados por Pablo Iglesias, empiezan a tener cada vez más minutos de televisión, transitan de las cadenas marginales a las cadenas del poder (sin que a nadie le extrañe demasiado), y con un discurso cercano, claro y contundente terminan convirtiéndose en los portavoces de una gran parte de esa población que estaba a punto de estallar. En mi opinión no hay duda alguna de que la irrupción de Podemos, a pesar de su discurso antisistema, fue alentada y promocionada por el propio sistema como una forma de controlar la aparición de un estallido social de mayor calado. El objetivo, según esta hipótesis, sería canalizar la rabia incontenible de la gente a través de un movimiento político que permitiera atemperar los ánimos con la promesa de asaltar por fin de las instituciones de manera democrática. Y los muñidores de tal estrategia consiguieron lo que pretendían. Fue un triunfo sin paliativos. Desde finales de 2013 las movilizaciones sociales han caído de nuevo en un triste letargo del que no parecen salir. Los ciudadanos han dejado de salir a las calles a mostrar su enfado y su rebeldía y han vuelto a refugiarse en sus duras vidas y en sus rutinas dejando de lado las luchas colectivas, volviendo a batallar en esas cruentas guerras individuales que el sistema promueve y alienta. Hay un dato que ha pasado desapercibido pero que vendría  a confirmar esta tesis: en 2014 descendieron en un 30% las manifestaciones en Madrid en relación al año 2013. Y en 2015 la tónica sigue siendo sin duda la misma. No es solo que haya menos manifestaciones sino que la asistencia a las mismas ha descendido notablemente y además vuelven a ser aceptables para el sistema: “pacíficas”, poco numerosas y sin conato alguno de la violencia irrefrenable de años anteriores. Vamos a las manifestaciones (si vamos), paseamos, gritamos, cantamos un poco y luego a tomar cervezas. Podemos fue la primera herramienta del sistema para condensar en un enemigo reconocible las aspiraciones de los que querían cambiar las cosas en nuestra época. Iglesias fue el primer Neo de esta historia, alentado por los medios del poder, que otorgaron una cuota de pantalla impensable e inesperada a un partido y a unas ideas que convirtieron los indicios de ruptura social violenta en ejercicios onanistas de tuiteros apoltronados frente a la televisión, jaleando a sus nuevos héroes mientras denostaban a los Marhuendas e Indas de turno, los tontos útiles de un sistema que casi nunca ve necesario dar la cara.

2014 fue un año reparador para los grandes poderes financieros. Volvían a ganar dinero y el sistema ya estaba de nuevo reconfigurado y estable tras los vaivenes de la crisis, olvidadas ya aquellas veleidades de políticos mediocres que volvían a mentir cuando gritaban sin resuello que teníamos razón, que había que construir un nuevo tipo de capitalismo. Las calles se fueron tranquilizando, la macroeconomía entraba de nuevo en número positivos, los ricos volvían a hacer dinero… ¿Y los parados? ¿Y los asalariados? Qué le importa al sistema lo que les pase mientras unos y otros bajen la cabeza, mientras los unos traten de sobrevivir devorándose entre ellos y los otros curren como cabrones, asustados ante el temor de perder el trabajo, mientras unos y otros vuelvan a aislarse y solo suelten su bilis y dejen escapar su dolor en privado. Solo una cosa empañaba el nuevo nirvana del capital en la hundida y depauperada España actual: los enormes errores cometidos por sus corruptas marionetas políticas del PP y del PSOE, unidos a la corriente de ilusión despertada por el discurso regenerador de Podemos, habían aumentado por encima de lo deseable, y peligrosamente, las expectativas electorales del nuevo partido. Y eso era algo que no se podía permitir. Tenían medios más que suficientes para evitarlo. Ahora los pondrían a trabajar en la dirección correcta. De la noche a la mañana, bien entrado 2015, fuimos testigos de cómo, de forma paralela a una campaña de desprestigio a Podemos orquestada para provocar el miedo a ellos en las clases medias, se construía de manera intelectualmente grosera el movimiento a favor de Ciudadanos, un partido hasta ahora inexistente a escala nacional y cuyo discurso apenas daba para construir un altavoz antinacionalista en Cataluña. Albert Rivera sería el nuevo Neo del sistema, aupado a las alturas políticas tan solo con único objetivo: desbancar a Iglesias y a Podemos como alternativas a la vieja política representada por un PP y un PSOE desgastados por tener que asumir en exclusividad la responsabilidad final de una crisis que nunca fue política, sino económica, financiera y de modelo capitalista. Con Ciudadanos hemos asistido a la mayor operación de construcción de una alternativa política en España desde la irrupción de González en Suresnes. Han tenido que montar todo el tinglado con excesiva rapidez y eso ha provocado que pocos puedan creer que su ascenso en las encuestas tenga siquiera que ver con algún anhelo sociopolítico del pueblo (como sí sucedía con Podemos). Ha sido evidente que han contado con la total connivencia de los medios del régimen para construir un discurso que emula punto por punto, en su sumisión a las doctrinas neoliberales del libre mercado, a los discursos de los partidos de la casta pero que, de forma tan asombrosa como triste, ha sido comprado por buena parte de una población desencantada e irreflexiva que parece considerar que el problema se soluciona cambiando las viejas caras por nuevas caras, más jóvenes, menos manchadas por la corrupción. Pero igual de sometidas al régimen.

Y aquí estamos, ahora. A un paso las elecciones municipales y autonómicas. Como en 2011, tras el 15M. Con esa horrible sensación de fracaso de nuevo en la boca. Tal vez  peor incluso que en 2011, cuando la explosión social del 15M desembocó finalmente en la victoria aplastante del sistema encarnado políticamente entonces por el PP. Durante cuatro años hemos sufrido, nos han vapuleado, nos han robado, se han reído de nuestras ansias de cambio, nos hemos levantado, hemos peleado, hemos querido creer que el cambio era posible, que sería con Podemos con lo que daríamos la vuelta a la situación. Y justo llegando a la meta la realidad nos está ya avisando que tampoco ahora será. Es la hora de los cínicos, de esos que siempre ven todo con antelación, de los que nunca se fracasan porque hace tiempo que desistieron de intentarlo. Porque lo que dicen las encuestas es que como pasara en 2011, el sistema va a volver a ganar. Ahora encarnado políticamente en la suma de PP + Ciudadanos (y con el PSOE detrás para ayudar, por si hiciera falta). Y si eso pasa será muy difícil levantarse de nuevo…

A pesar de todo, a pesar de saber que el partido se nos ha puesto muy difícil, de que hagamos lo que hagamos el sistema siempre parece ganar, recordemos por una última vez a Matrix, y el Neo de aquella historia, que sí consigue finalmente dos cosas: un empate difícil a última hora y, por el camino, ponerles nerviosos, tocarles las narices, hacer que se muevan incómodos en sus poltronas…Quedan pocos día para las elecciones, nuestra forma de dar aquel telefonazo, ¿llamamos?

20 marzo 2015

El tutor de la ESO en el laberinto: reflexiones a pie de aula


Hay un aspecto de la labor docente del que no se habla nunca demasiado. Tal vez porque se minusvalora o porque es difícilmente mensurable, tal vez porque mientras demasiados creen tener la fórmula mágica para transformar “radicalmente” la educación (mientras ganan dinero teorizando sobre ello), pocos se atreven a analizar la importancia que tiene una labor que se ha convertido en esencial en la enseñanza actual, pero cuyo espacio de lucimiento es pequeño, por lo que difícilmente podrá ser puesto en valor por los centros educativos. Estoy hablando de la labor de tutoría en cursos de la ESO. Desde que empecé a dar clases, salvo en alguna ocasión, cada curso he sido tutor de algún grupo de alumnos en esta etapa educativa, trascendente en la formación de los adolescentes. A pesar de que defiendo cada día con mayor convicción que el objetivo fundamental e irrenunciable de nuestra labor como profesores debe ser llevar al límite a nuestros alumnos para que empiecen a dar pasos firmes en el inabarcable mundo de los conocimientos, y que sin el aprendizaje de contenidos es imposible que ellos puedan construirse como personas cultas, formadas y críticas de nuestra sociedad, he de aceptar también, sin que para mí sea contradictorio, que más allá de mis clases y los contenidos tratados, pocas cosas me han dado tanta satisfacción en mi profesión como la especial relación establecida con estos alumnos de los que fui tutor. También he de asumir que nada me ha supuesto nunca en mi profesión mayor sensación de fracaso y desazón.

En este mundo de trincheras que es la educación, la labor tutorial supone en ocasiones una gran paradoja, ya que la humanidad y el buen hacer de profesores de la vieja escuela terminan convirtiéndolos en buenos tutores, mientras que jóvenes seguidores de las nuevas pedagogías, believers fanatizados de la educación emocional, fracasan ante realidades complejas que los convierten en inútiles totales frente a grupos de alumnos que desprecian sus pobres intentos de acercamiento. Obviamente no debiera hacer falta señalar que situaciones a la inversa también se producen, con veteranos profesores incapaces (o directamente “objetores”) de conectar y guiar a sus grupos y jóvenes profesores fajándose en un día a día tan duro como poco reconocido por nadie. Los años trabajados me han dado para ver casi de todo: he visto a tutores soportar la presión frente a situaciones irresolubles con grupos imposibles o alumnos desquiciados. He visto a tutores desentenderse de manera miserable de alumnos superficialmente conflictivos, al borde del abismo, que demandaban a gritos a alguien los recondujera y guiara, alguien que él no estaba dispuesto a ser. He visto a profesores mediocres ejercer de fantásticos tutores, ayudando a alumnos desorientados a reenfocar su educación y su futuro mientras que excelentes profesores se veían impotentes para acercarse emocionalmente a sus alumnos y conseguir ayudarlos en momentos claves de su formación. Lo que pocas veces he visto es reflexionar a mis compañeros sobre la importancia de la tutoría y su (en ocasiones notable) incidencia en los resultados académicos de los alumnos durante un curso.

Hace años encontré en un excelente ensayo escrito por Concha Fernández Martorell (El aula desierta) aquello que definía para mí con precisión lo que un profesor debe sentir por sus alumnos para poder realizar con éxito su labor: afecto. No tiene sentido hablar de amor (un sentimiento exagerado, distorsionador, equivocado); ni una incomprensible indiferencia (un sentimiento entorpecedor, ineficaz, altanero). Debe sentir afecto por todos a los que enseña. Parece simple. No lo es. Al final, en la sociedad actual, en la que los adolescentes demandan casi con fiereza un lazo emocional que les permita convertir a su profesor en guía y referencia educativos, serán la cercanía y la capacidad de comprensión de la personalidad adolescente lo que permitirá al profesor enseñar con garantías de éxito. Y que ese acto de enseñar no sea una práctica onanista que parezca demostrar lo bien que él prepara y organiza sus clases, sino algo que tenga un significado real en el aprendizaje de sus alumnos. Lo demás, ya sea la cháchara pedagógica moderna o la retórica anquilosada de la vieja escuela, teniendo su valor, no deja de ser finalmente secundario, intrascendente en el día a día de las aulas. Pues bien, en mi opinión ser tutor, sin duda, es multiplicar todo lo dicho por mil. En septiembre debes convertirte (por ley) en el responsable final de la evolución académica de un grupo excesivamente numeroso de adolescentes a los que no conoces, de los que no sabes nada, y que la primera vez que entras en el aula notas, entre divertido y acojonado, cómo te evalúan con desconfianza, cómo juzgan cada gesto que haces, cada frase, esperando el fallo, el error, buscando la debilidad, la incoherencia. Buscan clasificarte rápidamente, arrinconarte, convertirte en inútil para ellos, en irrelevante, como tantos otros antes que tú. Qué difícil es todo. Pocos lo saben. Pocos lo entienden. Menos son capaces de asumirlo.

No he sentido nunca una sensación de fracaso absoluto como profesor. Siempre, con cada uno de los grupos a los que impartí clases, conseguí (o creí conseguir) que un número importante de mis alumnos se enganchara a lo que les contaba, hiciera importante mi materia, respirara tensión positiva en mis clases, a veces se divirtiera. Como tutor la cosa se hace más difícil de interpretar. Solo siendo tutor he sentido el agrio sabor de la derrota en mi boca, he tenido que asimilar la inutilidad de la batalla individual, la necesidad de convertir la enseñanza en un proyecto colectivo en el que los profesores se impliquen y los padres no se conviertan en estériles enemigos. Pronto sentí la frustración que conlleva el ingenuo intento de salvar a ciertos alumnos, en los que al determinismo social y familiar se les une una lacerante incapacidad de responsabilidad personal que los convierte en carne de cañón educativa. Nadie parece poder salvar a nadie. La educación reglada no es terreno abonado al heroísmo. Afortunadamente, tal vez. Pero el análisis racional no evita sentir una enorme frustración ante la injusticia que supone el fracaso de alumnos alienados por un contexto sociofamiliar y económico que les impide ser realmente libres para elegir desertar de un futuro objetivamente mejor. Y que castiga con inusitada crueldad cualquier veleidad durante los años adolescentes. No es casual (y quien diga lo contrario miente) que casi nunca fracasen en la ESO los hijos de la clase media. Y mucho menos, los hijos de los propios profesores.


A mí ser tutor, como ser profesor, me ha hecho mejor persona. A estas alturas no tengo ninguna duda. Me ha hecho acercarme, con dificultad, por mi carácter, al significado real de la empatía y de la necesidad de respetar al otro, dejando de lado esa soberbia egotista que tanto me cuesta abandonar. Ser considerado con el alumno, humilde a la hora de interactuar con él, seguro a la hora de exigirle, consciente de que el respeto no se impone sino que se consigue, con tus actos, con lo que muestras, con lo que les demuestras. Nunca caeré en el error de pretender ser “colega” de mis alumnos, pero es imposible ejercer una labor tutorial adecuada desde la distancia prudencial que muchos profesores ponen con ellos. Debes acercarte, conocerlos, darles confianza y exigirles responsabilidad, entender la frustración de muchos padres incapaces de comprender los problemas por los que pasan sus hijos, desbordados en su paternidad, ser comprensivos pero firmes, indagar en las causas de los problemas, ir al origen del conflicto, luchar denodadamente por (re)construir nuevas vías por las que hijos y padres puedan caminar, pero nunca olvidar que el éxito de la labor tutorial se mide finalmente en función de que se consiga o no que, durante ese curso, esos chicos y esas chicas refuercen la seguridad en sí mismos y sean capaces de mejorar su rendimiento educativo, que aprendan a conciliar el principio de deseo (motor para conseguir metas exigentes) con el principio de realidad (aprender a conocer las propias limitaciones), para así poder ir poniendo los cimientos de un futuro formativo y personal mediante el que se puedan alejar de contextos personales, en ocasiones, dramáticos.

Y ahí seguimos, caminando, peleando, siendo este año tutor de un 2º ESO complicado con chicos tan estupendos como en algunos casos absolutamente perdidos, casi desahuciados por el sistema. Otro año más volviendo a fracasar como tutor con alumnos a los que finalmente es imposible ayudar. Pero también disfrutando de esas pequeñas victorias cuyo valor real jamás tal vez podré comprobar pero que siempre parecen tener un significado positivo, alentador. Y que dan sentido al trabajo realizado.

23 febrero 2015

La cafetería más triste del mundo

Ceno en soledad tras un largo día dentro de la bestia. Tras casi dos años nos reclamó de nuevo. Por fin tengo un rato solo para mí, para ordenar mis pensamientos y gestionar a duras penas mis miedos, mientras mastico de manera mecánica, alimentándome por mera rutina horaria. Delante de mí, en la cafetería más triste del mundo, tres mujeres que no parecen alcanzar aun los treinta años conversan animadamente, sentadas alrededor de una de las mesas. Mientras me explico, me animo, me hundo, me discuto y me construyo un relato de tranquilidad las observo distraído, sin mucha atención. Una de ellas, de repente, se levanta, va a marcharse, comenzando así el inevitable ritual de despedida, con abrazos intensos, besos y sonrisas un tanto exageradas. Tras desaparecer, las otras dos vuelven a sentarse y comentan algo que no alcanzo a escuchar pero que les hace sonreír a ambas de manera cansada. Se nota que son hermanas, siguen hablando, siguen sonriendo, casi ríen… De repente se hace el silencio, una de ellas se queda mirando un instante al infinito y rompe a llorar. Su cara transmite ahora una angustia incontenible. La otra, sin decir nada, sin que tal vez pueda decir nada que merezca la pena en esos momentos, con una enorme tristeza, despacio, le echa la mano sobre el hombro y aprieta fuerte, apenas un instante, haciéndole saber a su hermana que está ahí, que la entiende, que siente lo mismo, que nada puede hacer salvo ofrecerle ese mínimo contacto, con la esperanza de que sirva para que comprenda que no está sola. No parece tener la más mínima intención de parar ese momento, solo permitir que fluya y que sirva como desahogo necesario. Son solo unos segundos. Después, la primera hermana se recompone, se limpia las lágrimas por debajo de las gafas y comenta algo. Solo entonces la otra retira el brazo, lentamente, terminando el contacto con una leve caricia, sonríe. Continúan charlando. Yo bajo la mirada, las dejo solas, y recuerdo, nos recuerdo, y siento como una ola de afecto hacia ellas crece en mi interior. Hoy a mí no me ha tocado vivir ese carrusel de emociones que ellas están sufriendo, las de verdad, no las que apenas intuimos a través de la ficción, esos arrebatos incontrolables de dolor entremezclados con las conversaciones más banales, con las sonrisas más estériles, las más vacías, las menos comprensibles. Quizás las más necesarias. A mí todo me ha salido hoy bien. Nuestro paso por la bestia será efímero,  no volveré solo a casa. Volveré de nuevo acompañado. Levanto la cabeza y miro por última vez a mi alrededor. De la veintena de mesas que están montadas a esa hora de la noche ni la mitad están ocupadas y en varias de ellas solitarios como yo mastican de manera mecánica, alimentándose, tal vez, por mera rutina horaria. Pido la cuenta. Necesito irme de ahí ya. Pago y huyo. Sin volver la vista atrás.

13 febrero 2015

Catarsis en la izquierda madrileña

La izquierda madrileña está en plena convulsión. Consecuencia final de la enorme putrefacción de las estructuras cerradas de viejos partidos con viejas formas de hacer política. Qué pena. Ahí está, mírala, con respiración asistida y cuidados paliativos, es IU Madrid, un nido de corruptelas, de puñaladas traperas, de enfrentamientos tribales, que nos muestran de manera dolorosa cómo los que parecieron ser distintos dejaron finalmente de intentarlo y se convirtieron en casta infame, sin ímpetu, sin orgullo, cómodos interpretando un tan irrelevante como fructífero (en el ámbito personal) papel sociopolítico en una Comunidad Autónoma en la que el PP ha campado a sus anchas, aprovechándose del voto acrítico de ciudadanos que, ante el horror que les suponía la política de tierra quemada de la derecha, buscaron desesperados el refugio de una alternativa que nunca lo fue, porque nunca pareció creerse que lo era y vivía de puta madre sin ni siquiera intentarlo. ¿Para qué ambicionar el poder si, sin detentarlo, se puede vivir toda la vida en la oposición sin jamás tener que decidir sobre nada? Recordar los últimos años de IU en Madrid sólo sirve para constatar cómo los que entienden la política como una forma de vida (su única forma de vida) obstaculizaron una y otra vez cualquier intento de regeneración interna. Nada ejemplifica mejor la inmundicia a la que llegó este partido que la elección, tras una cruenta guerra interna, de Eddy Sánchez como secretario general. Este tipo deambuló como alma en pena durante un par de años por la Comunidad sin ser reconocido por nadie como líder de nada. Hombre de paja de la vieja guardia, su “liderazgo” terminó con la aplastante victoria de Tania Sánchez en las primarias del partido, tras las que, en un último gesto de dignidad, dimitió, desapareció, sin que nadie, en ningún momento, lo echara de menos. No estaría mal conocer el grado de conocimiento que tenía Eddy Sánchez entre los votantes de IU para así entender el “valor” de su liderazgo.

Lo de la federación madrileña del PSOE, que acaba de estallar en mil pedazos, es todavía peor. Mi primer contacto con su tenebrosa realidad fue con el Tamayazo, aquel golpe de estado “democrático” que facilitó la aparición de Esperanza Aguirre en la política madrileña, esa mujer que, con el apoyo de su tribu de fanáticos, aprovechó la burbuja económica que a todos enloqueció para dinamitar los servicios públicos y convertirlos en negocio para empresarios afines.  El PSOE de Madrid durante la última década ha sido un partido zombi, dirigido por mediocres, con militantes inanes y con planteamientos políticos que en nada lo diferenciaban de la derecha más rancia (¿un ejemplo? El apoyo que el primer Tomás Gómez hizo a la enseñanza concertada. Buscad en las hemerotecas).

Los partidos que representan la izquierda madrileña han implosionado. Incapaces de soportar la presión interna que suponía por fin verse ante la posibilidad de ganar las elecciones y tener que gestionar el poder. La irrupción de Podemos ha servido para mostrar la desnudez del emperador. La ciudadanía que se piensa de izquierdas se ha cansado de votar a perdedores que estaban encantados de seguir siéndolo. La ciudadanía que vota a la izquierda ha dejado de aceptar que con sus votos se vaya a terminar haciendo la misma política que se hace cuando gobierna la derecha. Es muy simple. IU Y PSOE en Madrid provocan rechazo. Y nada tiene que ver lo que dicen ser. Sino lo que sus actos nos han hecho pensar que son. El tiempo dirá hasta donde conseguimos llegar los que ya no nos creemos nada de ellos. Puede que fracasemos. Tenemos muchas papeletas para ello. Pero en las próximas elecciones, en mayo, en Madrid, los que voten al PSOE y los que voten a IU tendrán pocas, muy pocas excusas para poder explicar el porqué de su voto. Más allá de postureos, más allá de explicaciones de salón, más allá de basuras emocionales y de críticas exarcebadas a otros actores políticos, lo cierto es que estamos a 100 días de intentar que Madrid sea gobernado de otra forma distinta. Y, desgraciadamente, para que ese cambio real se produzca, todos somos conscientes de que tanto votar a IU como al PSOE, es absolutamente inútil.

31 enero 2015

Un año de libros (2014)

Estos son los libros nuevos (sin contar relecturas) que leí durante el año que ya terminó. Un año complicado, difícil, donde en muchas ocasiones leer fue demasiado complicado. Es lo que hay.
  • La casa de hojasMark Z. Danielewski. La historia central es apasionante (a ratos) y no deja de tener interés en ningún momento el juego espacio-temporal en el que sumerge al lector. La novela como artefacto posmoderno, las notas a pie de página, las historias colaterales, las digresiones pedantes, terminan cansando un poco pero no sería una novela tan interesante y perdurable sin todo eso. Recomendable.
  • IntemperieJesús Carrasco. No he hablado con nadie de esta novela al que no le haya parecido una maravilla absoluta. Y para mí es incomprensible: ruralismo telúrico para urbanitas nostálgicos, que parecen echar de menos un campo y un tiempo que afortunadamente no conocerán. Historia mínima y personajes arquetípicos para volver a acercarse a una manida España negra aderezada, en este caso, con una imponente pedantería que provoca impulsos homicidas con las minuciosas descripciones.
  • La ridícula idea de no volver a verteRosa Montero. Un híbrido extraño entre ensayo (sobre Marie Curie) y novela autobiográfica mediante el que la autora intenta exorcizar los demonios provocados por la muerte de su pareja. Sincera y efectiva, transmite el dolor y la necesidad de continuar caminando. Me gustó.
  • La trabajadoraElvira Navarro. El comienzo es tan bueno, tan brutal, tan desconcertante, que la historia deshilvanada que se construye a partir de ese inicio empequeñece con el pasar de las páginas, hasta una cierta irrelevancia final. Una novela con mucho potencial que terminó cayéndoseme de las manos.
  • La transmigración de los cuerpos Yuri Herrera. Curiosa historia que utiliza como marco una epidemia que tiene paralizado a un país. Con tintes de realismo mágico y de novela negra uno tiene cierta sensación de déjà vu, tanto con el estilo como con lo que cuenta. Y al final la terminé de leer con un regusto agridulce, sin emoción alguna.
  • ¿Y tú qué miras? La televisión que no vesMariola Cubells. La autora, con gran experiencia en el medio televisivo, destripa y muestra las entrañas de la bestia catódica: sus miserias, las envidias, la presión por el share, la mediocridad imperante… Y también transmite cierta amargura por lo que podría haber sido la televisión (y en ocasiones consigue ser), por el potencial perdido, por las capacidades humanas infrautilizadas en productos de bajo coste y alta rentabilidad inmediata. Interesante, aunque le falta profundidad.
  • El hombre sin rostroLuis Manuel Ruiz. El autor lo tiene casi todo: los personajes, la época, ese sabor pulp de la vieja literatura fantástica, unos personajes carismáticos y bien esbozados… Pero algo no termina de funcionar, de cuajar, algo falta para que una historia que debiera haberme hecho disfrutar mucho tan solo me termine agradando en ciertos momentos. Habrá que esperar a las próximas entregas para volver a encontrarnos con unos personajes con mucho recorrido.
  • EscarnioCoradino Vega. Una novela que se hace demasiado corta. Ambientada en el oscuro mundo universitario de mitad de los 90, la opresión intelectual que vive el protagonista de la historia sirve como metáfora de una España que por mucho que intente vestirse con el traje de la modernidad sigue conservando los viejos harapos de un pasado nunca del todo cerrado. Me gustó.
  • Los productos naturales ¡Vaya timo!J. M. Mulet. Un repaso somero por las variadas e imaginativas formas en las que la imbecilidad ha tomado cuerpo en este nuevo siglo: la superchería, el pensamiento mágico y las pseudociencias siempre han existido; lo nuevo es la cantidad de gente que defiende con naturalidad esta ingente cantidad de basura intelectual sin que parezca preocupar a nadie.
  • Lecciones de cineLaurent Tirard. Conversaciones con algunos de los mejores directores de cine activos a finales de los 90, en las que se profundiza más en sus emociones e influencias al encarar los rodajes que en cuestiones técnicas más superfluas. Masterclass en las que se aprende mucho de cine leyendo lo que piensan algunos de los grandes. Interesante.
  • El crimen del palodúJulio Muñoz Gijón. Continuación de las aventuras de Villanueva y Jiménez en esa Sevilla tan hiperbólica como reconocible que el autor reconstruye. En este caso los asesinatos (rancios) que la pareja debe resolver se producen en el contexto de la feria de Sevilla. Y es que señores, no nos engañemos, que por motivos económicos Sevilla prescinda de la Cruzcampo para pasarse a la Mahou es, sin duda, motivo para montar ya un 15M en la ciudad. Para sevillanos sin prejuicios y sin ambiciones de leer literatura.
  • SuperficialesNicholas Carr. Uno de los ensayos de referencia de ese movimiento que intenta advertir sobre ciertas consecuencias negativas que el uso intensivo de Internet provoca. El autor utiliza multitud de ejemplos y ciertos estudios científicos (en ocasiones interpretados de manera demasiado especulativa) para construir su tesis: la red está provocando un cambio en la capacidad humana de procesar la información, impidiendo aprendizajes profundos y sustituyendo el pensamiento reflexivo por un tipo de pensamiento multitarea superficial. Muy interesante.
  • PersépolisMarjane Satrapi. El cómic narra la vida de una chica iraní (de familia acomodada) que vive en primera persona todos los cambios y conflictos que supusieron la llegada del régimen de Jomeini. Sus páginas son la mejor denuncia del fundamentalismo religioso convertido en eje social de un país en permanente conflicto, así como de la desidia e incomprensión internacional ante los horrores a los que es sometido una población considerada “enemiga”. Fantástico.
  • Yo soy Espartaco Kirk Douglas. Se lee de un tirón. Con la facilidad que nos da conocer tan bien el mundo del viejo Hollywood que relata y con la certeza de que lo que cuenta Kirk Douglas en primera persona sobre la gestación de Espartaco tiene tanto de mitológico (y por tanto falso) como la historia que relata el propio film.
  • Crisis S. A. El saqueo neoliberalAna Tudela. Ensayo guerrillero que intenta poner números al fraude económico que supone la traslación a la población (no solo a ese ente abstracto que es el Estado) de las deudas privadas de un capitalismo especulativo que jamás asume las posibles pérdidas que su actividad puede generar.
  • Indies, hispters y gafapastasVíctor Lenore. La furia de un converso siempre trae consigo descubrimientos interesantes. En este panfleto visceral, Lenore carga contra los modernitos y contra el clasismo hipster. Y aunque tal vez acierta en la crítica a ese individualismo elitista construido a partir de unos gustos dudosos (aunque carece de matices y profundidad en la argumentación), parecen precipitadas y poco reflexivas algunas de las alternativas que propone.
  • La novela de la no ideologíaDavid Becerra Mayo. Un ensayo valioso en el que, a partir de la errónea concepción que se suele tener de la "novela ideológica" (izquierdista, con mensaje, moralista...), se pone el acento en esa otra literatura que se considera "no ideológica", cuando tan solo se puede considerar así porque es interpretada a través del prisma de la ideología dominante: liberal, individualista y emocional.
  • El prisionero de Sevilla EsteJulio Muñoz Gijón. Tal vez la más floja de la trilogía sobre la "sevillanía y las buenas maneras". A pesar de ello, el whisky y esa rancia sevillanía que destila de nuevo la historia consiguieron que volviera a reírme mucho con algunos de los giros de la historia. Para convencidos. 
  • Comer sin miedoJ. M. Mulet. El autor sabe de lo que habla, sabe que lo que dice es polémico y arremete sin piedad y con mucha ironía contra los mitos que el pijoecologismo ha terminado por imponer como verdad innegociable a la hora de alimentarnos. Un ensayo muy valioso, necesario y que se apoya en la ciencia para desmontar tópicos y falacias extendidas.
  • Bolonia no existe: la destrucción la universidad españolaVarios autores. Una colección de artículos escritos en el momento en el que, bajo el paraguas del gobierno socialista de Zapatero, se implantaba Bolonia en la universidad española, con la oposición de alumnos y profesores. A pesar de las buenas intenciones y de que los artículos están escritos con un enfoque crítico en mi opinión, absolutamente correcto, lo cierto es que destilan un letal academicismo que, mezclado con la ausencia de argumentos verdaderamente originales y de calado, hacen que su lectura sea absolutamente irrelevante. Decepcionante.

10 enero 2015

Un año de cine (2014). Segunda parte

Aquí cuelgo la segunda tanda de películas nuevas que vi durante el año que acaba de finalizar. Aclaro, mediante la palabra cine, las que vi en pantalla grande. Están ordenadas cronológicamente, según las fui viendo
  • Gente en sitios (2013)Juan Cavestany. Relato caleidoscópico que se atreve a atrapar el discurrir absurdo y surrealista de nuestra sociedad a través de microhistorias inconexas entre sí, que terminan encontrando un lazo de unión en el humanismo que destilan unos personajes superados por la crisis y por sus vidas. La osada propuesta sale adelante gracias la inteligencia de un autor que sabe lo que quiere contar y cómo quiere contarlo  (atención al montaje y esos encuadres nerviosos), dejando que sea el espectador el que al final, tras ver el conjunto, tenga que hacerse preguntas sobre lo que ha visto y su significado. Una de las propuestas más arriesgadas del cine español de los últimos años. Un acierto de película. Muy recomendable.
  • Noe (2014)Darren Aronofsky. A mí me gustó. Con las controversias y el ruido que hubo a su alrededor no se supo entender cómo Aronofsky utiliza la mitología judeocristiana (de la misma forma que otros lo han hecho con la griega) para proponer una sombría y despiadada reflexión sobre el fanatismo y sus consecuencias, aunque venga enmascarada tras epopeya con aires de blockbuster hollywoodiense. Tal vez esto le hizo al final más daño que beneficio. A reivindicar.
  • Begin Again (2014)John Carney (cine). El hipsterismo más buenrollero y luminoso llega a la pantalla con una película (musical) que termina dejando una sonrisa en la boca y un puñado de melodías pegadizas que no se desprenden con facilidad. Espléndidos trabajo de Knightley y Ruffalo en una película muy bien dirigida (la historia está medida al milímetro, al borde siempre del exceso de azúcar) por Carney, que repite el esquema de su opera prima (Once), trasladando la historia a Nueva York y puliendo las pocas aristas sociales que en su primera película aparecían.
  • A propósito de LlewyDavis (2013)Hermanos Cohen. Alabada por muchos la última película de los Cohen a mí dejó más bien frío. Es correcta pero no emociona, se nota en demasía el respeto mitológico que se tiene por la época social y musical que se trata, y los habituales secundarios que suelen brillar con luz propia en el cine de los Cohen aquí se hunden, sólo se intuye lo que podrían haber sido, pero no terminan de cuajar, de tener entidad propia (algo que en el caso del personaje interpretado por Goodman se hace hasta molesto)
  • Once (2006)John Carney. La opera prima de Carney es un musical que nos acerca a dos solitarios habitantes de un Dublín siempre nublado y frío que tratan de convertir sus sueños en canciones. Nunca aburre y termina emocionando gracias a la simpleza de su tratamiento de las relaciones humanas, siempre leales y solidarias, algo que a veces parece más propio de un cuento da hadas que de una historia con visos de realismo social. Me gustó
  • Ikarie X-1 (1963)Jindrich Polak. Hard sci-fi a la vieja usanza comunista. Película checa, anterior a 2001, que narra las vicisitudes de un viaje de exploración espacial en busca de nuevos planetas habitables en el que los eventos extraordinarios son sustituidos por la cotidianeidad de una tripulación de científicos y profesionales conscientes de su obligaciones y de los peligros que su labor conlleva. Muy interesante. Sólo para aficionados al género. Y con un final muy curioso, ya que su manipulación hizo que orginalmente, en su distribución en EEUU, su significado cambiara por completo.
  • Oh boy (2012)Jan Ole Erster. Película indie alemana que tras un arranque ágil e inteligente termina diluyéndose en la irrelevancia de historias sin hilo en torno a un joven bohemio (hijo de papá, por supuesto) incapaz de decidir qué hacer con su vida. Con una premisa demasiado manoseada y sin mucho nuevo que aportar, se olvida con demasiada facilidad para resultar importante.
  • Non stop (2014)Jaume Collet Serra. Ya hace unos años que Liam Neeson (en un giro inesperado en su carrera) ha adoptado el papel de lobo solitario dispuesto a impartir justicia por su propia mano a pérfidos criminales en este subgénero tan propio del cine norteamericano, que suele ofrecer tanto dignas producciones como demasiadas basuras facistoides. En este caso la historia se desarrolla en un avión y el espacio determina por completo la acción pero en ningún momento la trama, los personajes o la dirección permiten que la película vaya más allá de un entretenimiento convencional y reiterativo. Innecesaria
  • Capitán América: el soldado de invierno (2014) Hermanos Russo. Tan aburrida y coñazo como el canon marveliano de superhéroes impone habitualmente. Mucha acción de manual en una historia mal narrada que siempre apela a las emociones más primarias. Sólo la curiosa lectura politica que de ella puede hacerse (como sorprendente crítica a la Patriot Act) puede aportar alguna razón para perder el tiempo con ella. Ruido, explosiones, tensión sexual de parvulario y tetosterona mal usada.
  • The amazing Spiderman (2014)Marc Webb. Indescriptible. Menudo truño se han marcado los de la Sony con el reboot del viejo superhéroe. Si ya la primera apestaba esta no hay por donde cogerla. Penosa por patética. Patética por mala. Y mala, es muy mala, pero de las que hacen daño.
  • Arma fatal (2007)Edgar Wright. Sigo con la trilogía de Wright-Pegg en sentido inverso a cómo se rodaron. Aquí se descojonan del género policial y consiguen una película fresca e irreverente con momentos gloriosos. Decae en la parte final pero el conjunto funciona
  • Zombis party (2004)Edgar Wright. La primera de la trilogía anteriormente citada tal vez sea la más floja de las tres. Aunque el rollo zombi y sus convenciones permiten la risa fácil y provoca situaciones divertidas se nota que el guión no está lo suficientemente pulido y se desperdician personajes que podrían haber sido míticos. Una pena
  • Guardianes de la galaxia (2014)James Gun (cine). Un soplo de aire fresco dentro del cine de superhéroes marvelianos que bebe más de la mitología de Star Wars y las space operas que de los archisabidos presupuestos dramáticos y emocionales (nivel parvulario) en los que se mueve habitualmente la Marvel. Porque ya sabemos que para ser un superhéroe hay que estar un poco tarado, y que estresa mucho tanta responsabilidad y tal, ya, pero claro, si uno de los protagonistas es un mapache cabrón y otro un árbol gigante que parece medio idiota, pues tampoco hay que tomarse todo tan en serio, ¿no?. Pura diversión sin complejos que funciona estupendamente
  • The machine (2013)Caradog James. Ciencia ficción inglesa cuyo argumento gira acerca del clásico crecimiento y toma de conciencia de una inteligencia artificial y del ya tremendamente cansino enfrentamiento entre su uso militar  o el respeto a su libertad individual. Consigue una atmósfera adecuada pero se detiene demasiado en aburridas relaciones personales sin ser capaz de trascenderlas para conseguir reflexiones más ambiciosas. Aprobado justito
  • Boyhood (2014)Richard Linklater (cine). Tal vez la mejor película del año. Brillante propuesta de un Linklater obsesionado con mostrar el paso del tiempo en la vida de un niño, desde la infancia hasta la mayoría de edad. Y lo hace a través de retazos (rodados durante más de una decada, mientras los actores crecían al ritmo de sus personajes) que se alejan de los momentos de trascendencia para centrarse en los supuestamente irrelevantes, en algunos de los muchos que pueblan la vida de todos nosotros, mediante los que nos cuenta el difícil tránsito desde la dependencia emocional infantil hasta la primera lucidez adolescente previa a la mucho más gris vida adulta; donde todos sobreviven sin brújula, perdidos. Imprescindible. Maravillosa.
  • Hoy empieza todo (1999)Bertrand Tavernier. Un clásico y una referencia entre los profesores. Historia del día a día de un director de colegio que debe enfrentarse a los terribles obstáculos sociales y administrativos que un centro de este tipo siempre conlleva cuando está situado en zonas marginales. Interesante, pero tal vez se echa en falta una visión menos extrema y más realista (¿crítica?) de la labor docente.
  • Los niños salvajes (2013)Patricia Ferreira. Descripción veraz y cercana de las pulsiones adolescentes y del extraño vacío en el que a veces, durante un tiempo, terminan algunos de estos chicos sumergidos, cuando su mundo se hace demasiado pequeño y son incapaces de mirar más allá de sus deseos más inmediatos. Siempre con esas ganas irrefrenables de dejar de lado obligaciones que no quieren comprender y construyendo excusas para escapar momentáneamente de su realidad. Tristemente la película se estrella en su parte final al deslizarse hacia un drama innecesario que termina ocultando muchos de sus aciertos en el enfoque previo.
  • Godzilla (2013)Gareth Edwards. Curioso tratamiento del viejo monstruo en el que Edwards repite, con mucho más presupuesto, el esquema que le hiciera merecedor de grandes (y exagerados) elogios por su opera prima (Monsters). Pone su cámara y su visión a la altura de unos humanos absolutamente sobrepasados por la capacidad de destrucción y la invulnerabilidad de Godzilla y sus secuaces, dejando de lado (en una decisión controvertida)  las peleas de los bichos para mostrar en primer plano tan sólo las consecuencias que estas provocan. Un casting equivocado, momentos de gran belleza visual, música adecuada y una sensación final de fracaso digno.
  • La isla mínima (2014)Alberto Rodríguez (cine) Una joya de uno de los mejores directores españoles del momento que confirma y mejora lo apuntado en sus películas previas. Los actores principales están cojonudos y el tratamiento visual del entorno marismeño de Doñana tiene momentos de una belleza sobrecogedora. Con una atmósfera inquietante, casi onírica, que consigue trasladarnos el miedo de una España que salía del oscuro franquismo con demasiados fantamas latentes, tan sólo la historia cojea un poco, incapaz de soportar completamente el peso de una producción que estaba destinada incluso a ser mejor de lo que ya es. En todo caso, un peliculón.
  • No se os puede dejar solos (1981)C.M. y J.J. Bartolomé. Documental pegado a la historia, que suda a pie de calle y consigue trasladar una verdad dolorosa. Los directores sacaron su cámara y grabaron al desnudo, sin cortapisas, cómo respiraba una sociedad española que unos pocos años atrás había salido de la dictadura con enormes esperanzas pero que veía con preocupación, dolor y enorme desilusión como las promesas de cambios reales en sus vidas se diluían y el clima político y social era cada vez más irrespirable. Un documento imprescindible que a pesar de los años transcurridos no sólo habla de la España de principios de los 80, sino que dialoga con enorme tensión con la España de hoy, tanto por los problemas que plantea como por los jóvenes políticos que intervienen y que decían que venían a intentar solucionarlos (da miedo y cierto asco ver la palabrería de algunos de ellos ya por entonces, con la perspectiva que nos da el paso del tiempo). Imprescindible
  • Atado y bien atado (1981)C.M. y J.J. Bartolomé. Continuación inmediata del documental anterior bajo las mismas premisas y con los mismos (excelentes) resultados.
  • El corredor del laberinto (2014)Wes Ball (cine) Otro necio intento de explotar el cine distópico adolescente con una producción anodina, jóvenes actores hormonados sin registros interpretativos y una historia que parte de una premisa interesante que se diluye ante la miserable mediocridad de todos los que intervienen en este bodrio.
  • Perdida (2014)David Fincher Retorcida y brillate indagación de los entresijos más oscuros de esa santa institución social que es el matrimonio. Fincher hace suyo un material de partida ajeno (es la adaptación de una novela) para rodar de manera distanciada la construcción de la realidad de una pareja formada por un bobo de manual y una psicópata encubierta. Mucho de lo que vemos en imágenes termina siendo finalmente tan falso como falsas son las proyecciones públicas de tantas parejas, y lo real se deforma tanto, según los diferentes puntos de vista, que resulta finalmente imposible aprehenderlo. La historia nos presenta de manera aséptica, sin juicios morales, lo que sienten y piensan (y hacen) cada uno de los miembros de esta pareja que fuera tan "ideal", mostrándonos sin pudor sus miserias, sus carencias, sus vacíos y sus patéticos intentos de disfrazar todo eso hasta que la bomba de sus falsas vidas compartidas explota, desembocando en una parte final fantástica, en la que la película acelera sin el freno echado, de manera desquicida, al ritmo de una Rosamund Pike fantástica, supurando un humor negro doloroso que hiela la sonrisa en la boca. Me encantó.
  • The man from Earth (2007)Richard Schenkman. Una rareza que engancha. Un grupo de amigos se reúne en una cabaña para despedir a uno de ellos que se marcha sin motivo aparente. La velada se alarga mientras beben y comen hasta que en un momento dado el protagonista comienza a contarles algo que cambiará sus vidas para siempre. No deja de ser finalmente un juguete artificioso pero la manera de contar la historia y su tono atrapan. Curiosa.
  • The french connection (1971)William Friedkin. Un clásico con muy buena prensa que me dejó absolutamente frío. Personajes masculinos arquetípicos algo manidos en una película dirigida con pulso firme por un Friedkin en plena forma que inauguraba su década dorada. Pero la verdad es que me aburrió muchísimo. Es lo que hay.
  • Carmina y amen (2014)Paco LeónCarmina es ya en sí misma un género. Paco León ha conseguido con el carminismo una variante extraña y fascinante del berlanguismo. Y esta segunda parte (en la que el director se arriesga con cierto virtuosismo manierista en ciertos momentos que, sorprendentemente, no desentona) no sólo es más de lo mismo sino que expande el universo de Carmina con nuevos personajes (genial y maravillosa Yolanda Ramos con un papel que es un regalo) y una trama delirante que desemboca en un final lógico de uno de los personajes más singulares del cine español.
  • Relatos salvajes (2014)Daimian Szifon (cine). Como anuncia el título la película es una divertida salvajada dividida en seis historias autoconclusivas y sin conexión entre ellas con un único denominador común: la sublimación del legítimo cabreo como motor de la venganza. Como todas estás películas divididas en capítulos es irregular pero continene microhistorias, personajes y situaciones delirantes que permiten no aburrirse en nigún momento y disfrutar de unos actores encantados por interpretar personajes tan extremos sin contención. Muy divertida.
  • Trascendence (2014)Waly Pfister. Indescriptible. Recomiendo ver esta película porque pocas veces en una producción millonaria de Hollywood (en la que al menos siempre parece estar garantizado un acabado impecable) se encuentra uno con tal cantidad de despropósitos. No solo en el montaje (que es auténticamente de traca) sino que somos testigos de una atribulada interpretación de grandes actores que nunca terminan de saber por qué y para qué están haciendo y diciendo lo que hacen y dicen, dentro de una historia sin sentido, mal narrada, pésimamente dirigida y que termina de manera surrealista. Mala de solemnidad
  • Magical girl (2014)Carlos Vermut (cine). Una de las películas más importantes del año. Vermut confirma todo lo que apuntara en su excelente opera prima (Diamond flash) y nos ofrece una película de extraordinaria calidad: dura, difícil, delicada por momentos, con unos personajes extremadamente frágiles a través de los cuales, de manera sutil, se adentra en las tinieblas del alma humana, construyendo un relato coral en el que de manera inevitable, y por mucho que intenten evitarlo, seres extraordinariamente dañados por la vida sólo sobreviven y tienen un respiro a base de hacer daño a otros que están tan jodidos como ellos. Imprescindible
  • Pusher 1 (1996)Nicolas Winding Ref. La película que dio a conocer al después famoso director de la controvertida Drive es un relato sucio de los bajos fondos de la ciudad de Copenhague en el que un traficante de poca monta, tras salirle mal una entrega, se ve inmerso en una carrera contrarreloj para conseguir el dinero que le debe a un pequeño mafioso de la ciudad. Dura, efectista y violenta, la película funciona como un reloj, con personajes verosímiles, y en ella ya se vislumbran algunas de las obsesiones visuales de Winding Ref 
  • Dos días y una noche (2014)Hermanos Dardenne (cine). La película que mejor ha retratado los devastadores efectos de la crisis en los trabajadores no cualificados nos llega desde Bélgica. Marion Cotillard, en uno de sus mejores interpretaciones, se transforma en una empleada que justo al reincorporarse a su puesto de trabajo, tras una larga baja por depresión, se encuentra con que su empresa obliga a sus empleados a elegir entre mantener su paga extra o despedir a uno de ellos. Tras una primera votación en la que se deciden por su paga y por tanto aceptan el despido del personaje interpretado por Cotillard, esta tendrá dos días y una noche para hablar uno a uno con sus doce compañeros, y así intentar hacerles cambiar de opinión en la votación definitiva. La película nos muestra de manera dolorosa como la evolución del capitalismo y la destrucción de los lazos (también sindicales) entre los trabajadores sólo nos ha llevado hacia una soledad alienante en la que, tras el cuento del individualismo competitivo, solo se esconden un derrota perpetua y una pérdida de autoestima que entronca con la pérdida de identidad y la corrosión del carácter de las que hablara el sociólogo Sennet. El tono final es a pesar de todo optimista: tal vez debido a la tormenta que nos devora uno a uno nos tendremos que dar cuenta de que solo desde el combate político y social en defensa de nuestros derechos podremos recuperar nuestras vidas. Imprescindible.
  • La milla verde (1999)Frank Darabont. Da igual que sea un cuento, dan igual las buenas intenciones y da igual el buen acabado que tiene la película: la historia da para poco más que un corto y las tres horas de grandilocuente metraje solo sirven para aburrir miserablemente, para sorprenderse ante la falta de profundidad de los personajes y para terminar del ratón hasta los santos cojones. Un pérdida de tiempo.
  • Mil maneras de morder el polvo (2014)Seth MacFarlane. Intrascendente comedia desarrollada en el oeste, donde el creador de Padre de familia y Ted intenta volver a usar su humor grueso y efectivo sin conseguir en esta ocación que apenas esbocemos una sonrisa. Aburrida.
  • Interstellar (2014)Christopher Nolan (cine). Ambiciosa, irregular, emocionante, demasiado discursiva en ocasiones, un McConaughey genial, visualmente espectacular. Película de ciencia ficción con tintes filosóficos en la que, junto a decisiones argumentales cuestionables (e incluso chapuceras), se encuentran algunos de los mejores minutos de cine del año. Imprescindible.
  • Cómo entrenar a tu dragón 2 (2014)Dean Debbis. En esta segunda parte, con los personajes ya construidos y perfilados, sin aristas, la trama se construye a través de una inverosímil reconciliacion familiar del chico protagonista con la madre que creía muerta (y que resulta que se había largado por ahí, en plan ONG, a salvar y cuidar dragones. Por ejemplo). Ante la falta de originalidad se tiende inevitablemente a la acumulación: mas ruido, más dragones, más acción y como resultado: mayor aburrimiento y menor irreverencia. Equivocada.
  • Las vidas de Grace (2013)Deston Cretton. Acercamiento sincero al trabajo de las casas de acogida de niños y adolescentes con problemas socioafectivos. Brie Larson brilla con luz propia y sostiene el peso de una película sencilla, efectiva y digna de verse. Correcta.
  • Predestination (2014)Hermanos Spierig. Tal vez el mayor pifostio temporal de la historia del cine. Un guión surrealista de viajes en el tiempo que termina cobrando sentido al final, sólo para terminar descojonado por el embrollo montado. Un amante de ese subgénero de la ciencia ficción relacionado con las paradojas temporales, no puede dejar de ver una película que deja la trama de Terminator a la altura de un juego de niños.
  • Los juegos del hambre: Sinsajo (parte 1) (2014)Francis Lawrence (cine). Al final, entre tanta basura adolescente que nos ha llegado en los últimos años (que es basura no por ser adolescente, sino por tratarlos como imbéciles) esta saga sea tal vez la más digna y la que mejores interpretaciones tiene. La más honesta a pesar de la superficialidad con la que se ocupa de una historia con cierta complejidad que se banaliza con una equivocada apelación continua a emociones artificales. Aun así, flojita. Como las anteriores.
  • 12 años de esclavitud (2013)Steve McQueen. Intensa, verosímil y dramática visión de la esclavitud en la América pre-guerra civil, que no termina de cuajar en gran película por la falta de unidad argumental y el irregular manejo del paso del tiempo en la dolorosa epopeya del protagonista.
  • La por el miedo (2013)Jordi Cadenas. Un acercamiento sutil al maltrato dentro del hogar, donde familias completas sufren en silencio, con vergüenza y terror, el despotismo de hombres miserables que se arrogan el derecho de controlar sus vidas. La película va de menos a más hasta llegar a un final (en mi opinón) demasiado dramático. No estamos ante una gran película pero sí ante un digno y respetable intento de cine social comprometido.
  • Seguridad no garantizada (2011)Colin Trevorrow. Absurda historia en la que un grupo de periodistas tratan de conseguir un reportaje aprovechándose de un tipo que cree que puede viajar en el tiempo para solucionar errores de su pasado. Buenas intenciones, redenciones forzadas y una indiferencia que crece, lacerante, minuto a minuto, en un espectador que termina hastiado y aburrido ante una propuesta que acaba siendo tan convencional como estúpida
  • Dos semanas en otra ciudad (1962)Vincente Minelli. Es tan buena que hace daño. Una de esas películas-testamento con las que el viejo Hollywood se desnudaba y mostraba por fin su alma cínica y corrompida, sabedor de que su tiempo, por fin, ya había pasado. Minelli había filmado anteriormente Cautivos del mal, otra obra maestra que también mostraba las entrañas de la industria del cine de Hollywood pero con otro filtro, igual de cínico tal vez, pero con la potencia de los que se saben en plena forma y pueden aun disfrazar sus miserias tras la satisfacción final del éxito conseguido. Aquí, en cambio, Minelli ha envejecido, tal vez empieza a verse fuera del sistema, como sabe que les está ocurriendo a otros grandes como Ford, Lang o Hawks. Y ya no esconde nada: traslada al anciano director, interpretado magistralmente por Edward G. Robinson, todo el dolor de una generación de directores que veía cómo se derrumbaba todo a su alrededor mientras ellos aun se veían capaces de alumbrar grandes películas (que sabían, por otro lado, que ya nadie quería ver). Traslada a un maduro Kirk Douglas la tortura que para un actor supone que las luces de neón empiecen a alumbrar a aquellos que vienen por detrás a sustituirlo, mientras sufre la soledad y la deslealtad de aquellos en los que confió. Y el dolor, el dolor de la vieja industria traspasa la pantalla. Peliculón imponente.
  • Lucy (2014)Luc Besson. Basura infinita. Hace ya mucho tiempo que Besson solo dirige y produce basura. Queda ya muy lejos aquella original y divertida El quinto elemento. En este caso además, al sopor que genera la primera parte de la película (la parte de acción, manda narices), hay que unir una segunda parte donde la historia se detiene en elementos pseudocientíficos y absurdos para tratar de dotar de una trascendecia imbécil a una historia que no se sostiene desde el primer minuto. Horrible. 
  • The equalizer (2014)Antoine Fuqua. Otro ejemplo más de ese cine de lobos solitarios, justicieros superdotados para el asesinato "justo", que Hollywood produce como churros. Con buena factura y un ritmo adecuado la película entretiene sin ser nada del otro mundo. Y dejando de lado, claro, las implicaciones ideológicas (reaccionarias) que personajes como el Denzel Washington significan. 
  • Robin Hood (2010)Ridley Scott. Lo que empieza siendo una agradable variación de la construcción del mito de Robin Hood termina fracasando por un inexplicable montaje que no solo consigue que olvidemos los aciertos iniciales de la historia, sino que convierte la segunda parte de la película en un engendro sin sentido en el que los personajes se diluyen (desaprovechar a Cate Blanchett tiene delito) y en la que se hace patente el desconcertante desinterés que el director parece tener por una producción que se le va de las manos. Un desperdicio. 
  • El hobbit: la batalla de los cinco ejércitos (2014) Peter Jackson (cine). Que Jackson había perdido ese toque que le permitió emocionarnos con su épica grandilocuente en la trilogía de El señor de los anillos ya lo sabíamos tras ver las dos primera partes de esta trilogía de El Hobbit. Pero se mantenía la esperanza de que tal vez, al menos, consiguiera un cierre digno a esta segunda trilogía con esta película. No lo consigue. Habría que ser muy generoso para darle el aprobado justito a una película que por tramos aburre, casi nunca emociona y a duras penas nos permite vislumbrar sombras de aquello que antaño nos subyugó a tantos. Una pena.

03 enero 2015

Un año de cine (2014). Primera parte

Estas son las películas nuevas (no tengo en cuenta las revisiones) que vi durante el año que acaba de finalizar. Aclaro, mediante la palabra cine, las que vi en pantalla grande. Están ordenadas cronológicamente, según las fui viendo. Separo la lista en dos partes para hacer más digerible su lectura. 
  • El lobo de Wall Street (2013) ­– Martin Scorsese (cine). Un Scorsese pata negra. Su mejor película en muchos años, tal vez desde Casino. Absolutamente frenética y con un Di Caprio volcado. El espectador queda apabullado ante el cinismo que destila la historia, el desenfreno, el descontrol y la falta de escrúpulos y de raciocionio de cierta parte del mundo de las finanzas. Un apunte:como siempre pasa con el cine de Scorsese, a pesar de la dudosa moralidad de los personajes y de los delitos que cometen defraudando tanto a ciudadanos individuales como al fisco, el director parece no poder evitar sentir simpatía por estos hijos de puta individualistas, miserables y egoístas, y conseguir que nosotros hagamos otro tanto. Al final terminamos convertidos los simple mortales en meros espectadores patéticos de las andanzas de "los que se arriesgan" a vivir de otra manera.  Y Scorsese "nos filma". Dos veces. Cuando muestra al tipo del FBI en el metro. Y como asistentes imbéciles de la charla motivacional que al final imparte el personaje que interpreta Di Caprio. 
  • Riddick (2013)David Twhoy. Tras el fracaso y desatino con ínfulas que supuso la secuela (Las crónicas de Riddick) de la simpática película de serie B orginal (Pitch Black) el director, con mucho menos presupuesto, vuelve a las premisas modestas de los inicios sin conseguir más que entretener a duras penas repitiendo patrones y fórmulas desgastadas. Lo mejor: volver a ver Kate Sackhoff (la inolvidable Starbuck de Galáctica) con un personaje a su medida
  • The grandmaster (2013)Wong Kar Wai (cine). Una decepción de uno de los mejores y más sugestivos directores de los últimos 30 años. O tal vez sea mi problema habitual con los biopics y mi incapacidad para aceptar sus premisas. Me aburrí. Visualmente tan hermosa como finalmente irrelevante.
  • La gran belleza (2012) Paolo Sorrentino. Una auténtica gozada. Sorrentino, transmutado en un Fellini del siglo XXI nos traslada con mano firme la decadencia y el vacío que rodean a las élites presuntamente intelectuales de una Roma desconcertante y onírica. Peliculón.
  • Blue JasmineWoody Allen (cine). Una Cate Blanchett antológica sostiene casi en soledad la mejor película de Allen en años. Un retrato demoledor sobre la condición humana en la que nadie se salva y los ricos se comportan de manera tan miserable, egoísta y estúpida como los pobres. Aunque, por supuesto, las consecuencias nunca sean las mismas para todos. Y eso le importe un carajo a Allen.
  • Scoop (2006)Woody Allen. Emocionado por volver a ver una película de Woody Allen potable (Blue Jasmine) me lancé a ver esta otra que tenia en la agenda desde hacía años debido a la desconfianza que me generaba. Un error. Un auténtico bodrio del que apenas se pueden salvar destellos de un viejo maestro al que su hiperactividad le ha hecho engendrar demasiada mierda intrascendente durante la última década. Si hay alguien que tiene todo el puto derecho a hacerlo, por cierto, es él.
  • La gran familia española (2013)Daniel Sánchez Arévalo. Un aburrimiento absoluto con momentos bochornosos que provocan vergüenza ajena en un guión que parece construido a retazos, con retales ingeniosos pero sin continuidad ni inteligencia. Una película fallida de un director cuya ópera prima me encantó y que película a película se aleja de lo que prometía ser.
  • La herida (2013)Fernando Franco. Excelente película sobre el día a día de una borderline que intenta sobrevivir a los desastres que provoca su enfermedad a los que la rodean y a ella misma. Consigue trasladar al espectador todo el dolor y la angustia que provoca esa enfermedad a través de una brutal interpretación de Marián Alvarez, su protagonista, a la que el director, en su opera prima, cede toda la responsabilidad de sostener una historia dramática sobre el daño y la incomprensión que provocan las enfermedades mentales. Una auténtica joya de  ese cine español que nunca ve el gilipollas ese que suele comentar que en España sólo se hacen película sobre la Guerra Civil. Pero claro, qué se puede esperar de él, si es eso, un gilipollas.
  • Nebraska (2013)Alexander Payne (cine). Un director en mi opinión sobrevalorado que consigue aquí su película más auténtica, emocionante, humana y sincera con el relato de un viaje en el que padre e hijo terminan finalmente reencontrándose y volviéndose a conocer. Hay momentos impagables como el de esos primos paletos de la América más profunda riéndose de la duración del viaje en coche o esa familia (masculina) al completo viendo la televisión en silencio mientras beben cerveza. Muy recomendable
  • Fantástico Mr. Fox (2009)Wes Anderson. Adaptación animada utilizando la técnica de stop-motion de un relato del inevitable (en EEUU) Roald Dahl. Sin ser ni de lejos la película que más me gusta de Anderson, sus obsesiones y su manera de ver el mundo son absolutamente reconocibles y nos permiten disfrutar a sus seguidores de esa manera tan particular que tiene de entender las relaciones humanas y de aceptar las desgracias sobrevenidas. Para fans.
  • Bienvenidos al fin del mundo (2013)Edgar Wright. Un despiporre. Por fin conseguí encontrarme con la pareja Wright- Pegg (director-actor principal) en la última película de su particular trilogía sobre las difíciles relaciones adultas entre hombres, enmarcadas en delirantes historias que utilizan las convenciones habituales de los géneros clásicos del cine (norteamericano) para trastocarlas. Con ese humor tan particular de los ingleses lo que empieza siendo el reencuentro adulto de un grupo de amigos de la adolescencia termina convirtiéndose en una revisión delirante, enloquecida y muy divertida de La invasión de los ladrones de cuerpos. Muy grande.
  • Leningrad cowboys go America (1989)Aki Kourismaki. Surrealista y divertida road movie en la que un grupo de música finlandés con atuendos y modos de rockers viaja de Finlandia a EEUU con el objetivo de triunfar mientras su manager vive a costa de ellos. Nada de lo que se pueda contar haría justicia a una película episódica y fragmentaria que no subraya su humor sino que tan sólo parece enunciarlo, como posibilidad. Extraña y fascinante
  • Her (2013)Spike Jonze (cine). Venga, va. El hipsterismo y los modernitos adoptaron a esta película como su himno cinematográfico del año. Es inexplicable. A pesar de lo mucho que me gustaron anteriores película de Jonze, Her es una auténtica basura, de principio a fin, sin nada que la salve. Desde la propuesta de un futuro con una sociedad sin conflictos en la que el tedio impera y las emociones se dibujan con trazo grueso, hasta la falta de verosimilitud en el desarrollo de una inteligencia artificial tan idiota, superficial y vacía como el personaje que interpreta Phoenix. Y con secuencias que provocan vergüeza ajena como el "momento de sexo" con final fundido a negro. Superficial, grandilocuente e intrascendente a pesar de sus penosos deseos de parecer profunda. Un producto típico de nuestro tiempo. Ideal para amantes de Apple y para hipsters en proceso de encontrar un sentido a su vida.
  • Thor 2: el mundo oscuro (2013)Alan Taylor. Convencional secuela de la que fuera convencional película original. Más de lo mismo. Más de la misma épica forzada. Más grandilocuencia marveliana. Más de los mismos intentos por convertir aburridos conflictos familiares en motor de decisiones absurdas. Más de la misma capacidad para aburrir. Soberanamente. Y de la misma capacidad para construir personajes planos a los que se trata de dotar de cierto interés con giros de guión inexplicables. Un coñazo.
  • The bling ring (2013)Sofía Coppola. La hija del gran jefe continúa su carrera ajena a críticas maldicientes. Se ha convertido en la cronista oficial de los padecimientos emocionales que sufren los que ninguna penuria física padecen porque son ricos. Por ser hijos de ricos o por ejercer trabajos triviales que el capitalismo premia con desmesura. Y más allá de juicios de valor imbéciles lo cierto es que sus películas son un testimonio fílmico de calidad que nos acercan a la triste realidad de personas crecidas con todas las comodidades (putos pijos, sí) que se enfrentan al mundo sin entenderlo, educados por familias de tarados o abandonados afectivamente mientras crecen alienados por la moda y la necesidad de encajar en un entorno hostil y cruel.
  • El gran hotel Budapest (2014)Wes Anderson (cine). Una gozada. Un gustazo. Delicioso homenaje a los viejos maestros de la comedia americana, filtrados por la personalidad de un Anderson en estado de gracia que tiene el don de conseguir que el espectador abandone su realidad para aceptar dócilmente las premisas argumentales de un universo, tan excéntrico como extraordinario, de uno de los directores más especiales de los últimos años.
  • Dallas Buyers Club (2013)Jean Marc Vallée. Lo que no deja de ser un biopic que podría ir destinado a las tardes de sábado Antena3 se convierte, gracias al esfuerzo de Matthew McConaughey, en una película medianamente digna que denuncia el abandono social y médico que durante años sufrieron los enfermos de SIDA. Como película nunca termina de levantar el vuelo, incapaz de trascender el drama de la historia personal para convertirse en algo más.
  • Tres bodas de más (2013)Javier Ruiz Caldera. Simpática aunque inofensiva comedia que enmascara tras cierto espíritu transgresor heredado del cine de los Farrelly el habitual conservadurismo social que parece obligar a las mujeres a buscar con desesperación una pareja masculina que las “termine de completar” en su camino vital. Cansina.
  • Enemy (2013)Dennis Villeneuve (cine).  Partiendo de una extraña y atractiva premisa (encontrar que existe una persona que es físicamente exactamente igual que tú viviendo en la misma ciudad) la película intenta explotar el juego de los espejos sin terminar de funcionar. Tal vez porque el director termina obsesionándose demasiado con la recreación de atmósferas, con la ciudad, con los sonidos, con la puesta en escena, sin comprender que debe ocuparse de la verosimilitud de una historia que no avanza, que se queda sin agarraderos y que termina despeñándose.
  • Stockholm (2013)Rodrigo Sorogoyen. Una sorprendente propuesta que presenta en la misma historia dos caras bien diferenciadas: una que parece amable y convencional, un flirteo bobalicón entre dos jóvenes dirigido por el chico. Y otra oscura, subversiva y rebelde. Una historia de espejos que deforman la realidad, de intercambio de roles, de visiones alternativas del cuento que siempre nos contaron. Cine inteligente que no deja indiferente. Muy recomendable.
  • Vivir es fácil con los ojos cerrados (2013)David Trueba. Para mí resulta inexplicable ciertos consensos artificiales que a veces consigue cierto tipo de cine español. La película de Trueba no sólo es aburrida sino que es deslavazada y absurda. Cine de buenas intenciones, blandito y difuso, que nada puede transmitir porque en el fondo poco hay tras el ornamento (también en la fotografía, de una calidez artificiosa y molesta). Más que aburrir irrita por insustancial
  • After Earth (2013)M. Night Shyamalan. Aburrimiento colosal. No digo que sea una basura completa porque a la película la salvan destellos de dirección y una música eficaz. Pero lo cierto es que estamos ante un auténtico peñazo intragable a mayor gloria de los Smith (padre e hijo), con demasiados fallos, sin emoción y sin grandeza. Con una secuencia final entre padre e hijo que provoca molestias intestinales durante horas. Joder, vale, sí: menuda puta mierda.
  • 8 apellidos vascos (2014)Emilio Martínez Lázaro (cine). Sé que lo que corresponde es denostar a esta película para así mostrarme como uno de esos seres espiritualmente elevados que sobrelleva a duras penas convivir con los gustos miserables del poblacho. Vale, pero no. La película no deja de ser una colección de tópicos, por supuesto, mediante los que a duras penas se sostiene un hilo argumental entre sketchs montados de una manera bastante pobre. Pero el conjunto se deja ver, con personajes que resultan simpáticos y reconocibles, cercanos al esperpento. Para pasar el rato
  • Byzantium (2012)Neil Jordan. Un acercamiento adulto al mito vampírico. Se agradece entre tanta birria adolescente. Excelentemente dirigida por un Jordan al que siempre se le echa de menos, los problemas existenciales clásicos del vampirismo son presentados a través de una puesta en escena suntuosa y decadente. Buen recuerdo de esta película.
  • Guadalquivir (2013)Joaquín Gutiérrez Acha . Documental que ha despertado numerosas alabanzas y que, lamentablemente, terminó convirtiéndose para mí en un auténtico suplicio. No solamente por lo artificial de su propuesta narrativa sino también por el equivocado uso de una voz en off descriptiva (la de Estrella Morente) que, por pomposa, afectada y relamida, termina convirtiendo lo que debiera ser un hermoso documental de naturaleza en un indigesto artefacto audiovisual
  • Snowpiercer (2013)Bong Joon-Ho. Una inteligente distopía enmascarada tras una convencional película de acción con toques asiáticos. Una de las películas más recomendables del año cuya carga política pasará desapercibida porque ni los unos, creadores y distribuidores, se atrevieron a explicitarla más, ni los otros, los espectadores, estarán dispuestos o capacitados para ver más allá de la acción convencional y reflexionar sobre un final violento que apuesta por una solución radical al viejo conflicto marxista.
  • Con la pata quebrada (2013)Diego Galán. Documental que repasa el papel de la mujer en el cine español a lo largo de su historia para constatar su rol sumiso, secundario y complaciente. A pesar del enorme valor de la propuesta se echa a faltar un montaje y un planteamiento mucho más radicales para construir un discurso más combativo con el que remover conciencias en nuestra sociedad.
  • Robocop (2013)José Padhilla. Funciona a ratos, no molesta, pero se olvidará con facilidad. Como todos los remakes de películas de los 80. A todos les falta la mala baba de entonces, el cinismo con el que aquellos directores analizaban la sociedad americana. Ya no están esas comisarías llenas de humo y de café, ni esas calles que respiraban violencia, ni ese lenguaje soez. Mientras, por el contrario, a todas estas películas les sobra asepsia, les sobran efectos digitales, les sobra contención. Como le pasaba también al remake de Desafío total de hace un par de años.
  • Al filo del mañana (2014)Doug Liman (cine). Producción de calidad que sirve para pasar un buen rato. Durante la primera hora resultan entretenidas las idas y venidas en el tiempo del protagonista, muriendo una y otra vez para aprender a pasar “las fases” de la batalla (la película copia el esquema clásico de superar fases de un videojuego mediante prueba y error). Después el director pretende ponerse más intenso y dramático y la película pierde toda su gracia. Hay que reconocer que Tom Cruise es una de las pocas estrellas de verdad que le quedan a un Hollywood sin recambio generacional
  • Saving Mr. Banks (2013)John Lee Hancock. Sólo recomendada para los que, como yo, disfrutaron en su infancia viendo una y otra vez Mary Poppins. El más bien aburrido relato de cómo convenció Walt Disney a la autora de las novelas de la niñera más famosa de la historia, se enriquece con la recreación de la construcción de las famosas canciones del musical y por la emocionante historia de la triste infancia australiana de la autora. Música conmovedora de Thomas Newman
  • Frozen (2013)Chris Buck y Jennifer Lee. Refrescante y curiosa película de Disney. La más casposa y conservadora de las productoras de Hollywood parece aquí querer dar un carpetazo a su propia historia ridiculizando algunas de las convenciones narrativas que siempre usó para articular la historia de amor en torno a dos hermanas (mandando al carajo a los putos principes) que necesitan aceptarse y conocerse para poder seguir con sus vidas y dotarlas de sentido.
  • La LEGO película (2014)Phillip Lord y Chris Miller. Divertida e irreverente recreación del mundo de LEGO en torno a la clásica historia de superación de alguien que debe descubrir su valor para poder cambiar su mundo. Lo mejor: las apariciones de un Batman muy particular. Entretenida
  • X-Men: días del futuro pasado (2014)Bryan Singer (cine). Más de lo mismo. Mucho ruido, muchas explosiones, mucha pretendida intensidad emocional, muchos (muchísimos) superhéroes que pasan por allí sin que tampoco sepan muy bien por qué, ni para qué. Mientras sufren de la hostia, eso sí. Para pasar el rato. Al menos no aburre del todo.
  • Estación lunar 44 (1990)Roland Emerich. Madre mía, menudo engendro. Lo único bueno para Emerich es saber que ya era muy malo cuando empezó, que no fue que Hollywood le convirtiera en un  director de mierda, que siempre fue así. Ciencia ficción de serie Z que intenta colocar todos los clichés del género que tan bien habían funcionado en la década anterior en un batiburrillo sin ton ni son donde nunca se entiende la trama del todo y que en el fondo pronto reconoces que te importa un carajo. Basta con fliparlo ante la "calidad" de las interpretaciones, de la puesta en escena, de la historia y del montaje de ciertas secuencias. El momento del ascensor, ya al final, está entre lo más bochornoso que jamás vi en pelicula alguna. Basura cósmica.
  • Spring breakers (2013)Harmony Korine. Pretende ser subversiva, diferente y transgresora. Pero al final el nihilismo adolescente de un grupo de niñatas que terminan aliándose con un gilipollas de medio pelo para dejar atrás sus aburridas vidas en pos de emociones alternativas termina convirtiendose en un mero ejercicio de estilo, vacío y superfluo, incapaz de aportar nada en un momento histórico donde ya resulta complicado colar juegos de artificio como si fueran reflexiones importantes sobre la sociedad actual. Innecesaria.
  • Colonia V (2013)Jeff Renfroe. Ciencia ficción de serie B postapocalíptica que retoma la manoseada idea del enfrentamiento entre un grupo de humanos que sobrevive a duras penas refugiado del eterno invierno que lo rodea y otro grupo de humanos que se han convertido en bestias caníbales. Más de lo mismo sin mucha imaginación y poco talento. Para una tarde de domingo sin nada que hacer.
  • La gran estafa Americana (2013)David O. Russell. Producción de calidad, director de moda, actores solventes, una clásica historia de pillos jugándosela entre sí… Pues sí, vale, pero un auténtico coñazo, vamos. De principio a fin. No puedo entender el prestigio de películas zombis como ésta que nada cuentan, que a nadie parecen dirigirse. Porque nadie en un par de años la recordará.
  • El amanecer del planeta de los simios (2014)Matt Reeves (cine) El reboot de El Planeta de los simios está resultando muy interesante. Tras una primera película muy digna esta segunda parte se adentra en el enfrentamiento entre una civilización, la simia, en los albores y otra, la humana, en decadencia, tras sufrir los estragos de una enfermedad que la ha diezmado hasta casi la desaparición. Con evidentes lecturás sociopolíticas la película no pierde el pulso casi en ningún momento, alternando la acción con la reflexión en un entretenimiento de alto nivel. Recomendable
  • El abuelo que saltó por la ventana y se largó (2013)Felix Herngren (cine). Curiosa producción sueca que sigue los pasos de un tipo al que la casualidad y su manifiesta imbecilidad hacen que interactúe con personalidades políticas y sociales claves del siglo XX en momentos trascendentes de la historia. Un Forrest Gump con más mala leche al que le falta cohesión narrativa. Una pena, porque termina acusando la incapacidad del guión para encontrar una continuidad lógica entre los sketchs que finalmente desconecta al espectador del historia.

13 diciembre 2014

Vergüenza

Resopla. Mientras lo hace en su cara se dibuja una extraña mezcla de rabia, vergüenza y cansancio existencial. El tren acaba de llegar a la estación. Abre la puerta y sale al andén, dispuesto a subir al próximo vagón de ese mismo tren para repetir de nuevo su discurso, para volver a humillarse mientras los demás bajamos la mirada y hacemos como que no lo escuchamos, mirando de manera distraída nuestros móviles o desviando nuestra atención hacia un punto ciego del espacio en el que nada hay y en el que en nada nos convertimos. Hace ya demasiado tiempo que viajar cada día en el metro de Madrid supone asistir a una o varias de estas performances: una mujer o un hombre, joven, de mediana edad o anciano, articula "el discurso de la miseria" frente un público cautivo que, incómodo, preferiría no escucharlo. De manera mecánica describe algún tipo de situación límite e infernal que lo obliga a pedir dinero para poder alimentar a sus hijos, a su pareja y a sí mismo. Pero conseguir que lo que se cuenta termine calando entre nosotros cada vez es más complicado. A pesar de que nadie lo mire directamente a la cara, a pesar de que parezca que se ignora su presencia, se nota que todos en el vagón estamos evaluando lo que se dice, cómo se dice, cómo viste quién lo dice, cómo se articula lo que se dice… Durante unos segundos somos los jueces de una perversa variante de “Los juegos del hambre” en la que decidimos si esa persona merece o no nuestro puto euro. Un breve intervalo de tiempo en el que descubrimos que más allá de ideologías de salón la realidad termina convirtiéndonos en basura, en unos mierdas, aunque pretendamos no serlo. En esta ocasión el tipo en cuestión posee un aura terrible de autenticidad y de necesidad. Con voz clara, sin concesiones al drama y de manera breve, pide comida o dinero. No funciona. Apenas consigue una moneda, un jodido euro en un vagón con más de veinte personas. Es lo que hay. Es lo que toca. Pero lo más patético, lo que más asco produce es saber que esa moneda depende tan sólo de la credibilidad de su discurso, de que un tipo sentado en un asiento del metro, después de haberse gastado 20 euros en comer y 6 euros en un whisky, decida ejercer la caridad con alguien en base a un juicio arbitrario, injusto y despreciable que determina que esa persona dice la verdad y merece ser ayudada. Nada de todo eso parece importar. El tipo coge el euro, da las gracias, camina por el vagón por si alguien más se equivoca pero nadie más levanta la mirada. Se acerca a la puerta de salida mientras el tren frena. Es entonces cuando puede dejar de actuar, cuando cree que nadie lo mira, casi de espaldas a todos. Es entonces cuando resopla. Cuando en su cara aparece esa extraña mezcla de rabia, vergüenza y cansancio existencial. Es entonces cuando sin ser consciente de ello, sin pretenderlo, a través de su gesto, ese tipo resume el momento histórico que vive este país. Y nos avergüenza.